Su olor a sal perdura imborrable en mi memoria. No me puedo quitar de la mente la imagen de su rostro: Un cabello rubio que caía con la armonía de las siluetas de un desierto. Ojos azules en los que podrías navegar perdido durante meses y unos hermosos labios rojos como la sangre derramada en las batallas del corazón.
Ninguna otra ha llenado el vacío que dejó, y me absorbe el tormento de haber elegido mal. A día de hoy, persiste la incertidumbre: ¿la abandoné cuando más me necesitaba?
El tiempo se desvanece en un interrogante interminable: ¿nos encontraremos otra vez? Y si así fuera, ¿cómo sería ese reencuentro? Ambos hemos cambiado tanto que temo no reconocerla si nuestros caminos se cruzan.
Lo que más duele es sentir su presencia latente en mi corazón, esperando pacientemente el momento propicio para que nuestros destinos se entrelacen.
Mientras tanto, me consuelo recordando los hermosos momentos vividos en ella, en mi patria, bajo mi bandera.